Diego Ortiz
Texto incluido en la revista LA FOTOGRAFÍA en el nº 87, oct-nov de 2001
ALEGRÍA DE VIVIR. JOSÉ MARÍA DÍAZ-MAROTO
Realizar un cierto tipo de fotografías requiere la necesidad de moverse, de viajar en busca de situaciones o personas, una cualidad que diferencia claramente esta disciplina de otras artes plásticas. Desde el momento mismo de su nacimiento hay fotógrafos que han sentido esa necesidad de viajar con su cámara a cuestas – y no olvidemos que al principio era necesario un carromato entero- para traerse todo aquello “digno de ser fotografiado”: monumentos, paisajes, personajes típicos o trajes regionales. Hace años, en el Museo de Antropología de Madrid tuvimos la oportunidad de ver una exposición retrospectiva de uno de los fotógrafos más clásicos en este sentido, Nicolás Muller, cuyo trabajo, como el de muchos otros de mediados del siglo XX, se encuentra a caballo entre la experimentación estética, el vouyerismo aventurero y la documentación a secas. Con Cartier-Bresson llegamos al momento en el que se sientan las bases más estrictas de cómo se debe hacer una fotografía cuando uno viaja. Sus criterios, en gran medida tácitos e intuitivos, fueron inmediatamente deificados por miles de incondicionales, capaces de definir casi explícitamente lo que es una buena o mala fotografía en función del método casi más que del resultado. Hoy día, han aparecido posiciones que se han ido haciendo hueco entre la ortodoxia fotográfica y planteamientos más personales. Para muchos fotógrafos el hecho de viajar, aunque sea solamente un fin de semana a casa de un conocido, supone la suficiente dosis de relajo como para despertar los sentidos y ponerse a buscar imágenes en cualquier rincón o en cualquier gesto. Fotógrafos como Bernard Plossu han dado repetidas muestras de esta tendencia a fotografiar sólo-con-la-excusa-de-salir-a-dar-una-vuelta.
José María Díaz-Maroto hace de la experiencia de viajar una prolongación de su propio carácter, abierto y expansivo. Siempre manteniendo su visión peculiarísima e íntima de las personas y las situaciones, huye de los muchos planteamientos rancios y maniqueos comunes en la fotografía de reportaje para extraer en cada momento su visión estrictamente personal. Su trabajo parte de una observación tan rápida como minuciosa de los lugares a los que llega con una pequeña cámara de 35 mm. al hombro. Inmediatamente, casi sin reflexión consciente, pero ya con la idea clara de lo que se persigue y se puede obtener, comienza a disparar, convencido de que no hay reglas que necesariamente indiquen lo que está bien o lo que está mal: viajar (darse un paseo con la cámara al hombro) no se puede convertir nunca en un límite que nos dicte lo que se puede o no se puede fotografiar, debe ser un acto casi espontáneo, semiinconsciente. Las imágenes que obtiene no son desde luego arquetipo del reportaje informativo, no se limitan solamente a mostrar elementos o personas. Más bien mantiene el equilibrio entre la insinuación y la forma, con grandes dosis de misterio encerrado entre las miradas, las actitudes o el entorno físico habitual de las personas fotografiadas.
Las fotografías que acompañan a este artículo aportan además una novedad casi radical en lo que se refiere a este género, ya que son acompañadas de poemas escritos por su gran amigo y músico Enrique Heredia (fundador del grupo “La Barbería del Sur”). José María Díaz-Maroto apuesta por una presentación que aporta dos nuevos puntos de reflexión. Por una parte, el tamaño (mínimo) y por otro la de compartir cartel, una apuesta estética e innovadora, para que la imagen adquiera un carácter sólido no sólo desde el punto de vista físico, sino desde la propia percepción de la obra, a la que se dota de una idea de conjunto, cuidadosamente envueltas entre cartulinas y guardadas en una única caja. Díaz-Maroto agrupa sensaciones visuales que por motivos personales e intuitivos, ha juzgado dignas de pertenecer a la serie “Alegría de Vivir”. Es entre las manos del observador donde el trabajo adquiere todo su significado, presentándose al margen de estilos o modas, guiado únicamente por un refinado gusto…. Por la vida.
Diego Ortiz, 1994