Juanjo Puerma

Texto incluido en el libro «Bloc de notas 2», editado por el CEART.

QUIEN LE CONOZCA, LO SABE

Martes 19 de julio del año 2011. Son las siete de la tarde. Enciendo mi ordenador. Ya preparado para su abordaje, espero el vagabundeo en el aire de una de esas ingenuas señales inalámbricas que me permita acceder gratuitamente a la Red. Doy con una, detengo su vuelo con mi atrapamariposas y rápidamente tecleo en la tira vacía del buscador de Google: José María Díaz-Maroto. Aparecen 320.000 entradas en 0,25 segundos. Leo y leo acerca del conocido fotógrafo. Las diez y media de la noche. Pierdo la señal y me quedo colgado sin dar con eso no dicho que me permitiera saber más de quien más me interesaba: el desconocido José María Díaz-Maroto. Porque, ¿alguien sabe quién es –realmente- este tipo tan sociable y atrayente, de personalidad opulenta y rica en pasadizos secretos?

En El Libro de la Nada, Osho asevera: “No hay distancia entre tú y el final del camino. Eres el buscador y eres lo buscado. Eres el adorador y eres lo adorado ”. El territorio de Díaz-Maroto no es uno de tantos porque por él, él transita con el porte de quien ya conoce sus caminos; es el hombre que, recorriéndolos, se halla. Y también sabemos que se adora. Entonces, ¿hablaba Osho de Maroto? Conociendo a José María no es de extrañar que este maestro zen tenga una tarjeta de visita suya.

Efectivamente, José María Díaz-Maroto es ese hombre que sale al mundo, se busca y sabe darse alcance; la recompensa obtenida es él mismo, sus fotografías liberadas de servidumbres, su arrojo, el moreno sempiterno de su piel, la sonrisa del pícaro que hace por comer más uvas que el ciego y su lazarillo, las anécdotas y la literatura de sus idas y venidas, su innegable carisma, lo magnético de su sola presencia, la fruta madura.

La vida de algunas personas también late en otras muchas vidas posibles, vidas distintas a esa otra que suele malinterpretar nuestros propios deseos y anhelos. Cuando el Díaz-Maroto fotógrafo se cuelga la cámara del cuello, ya está respirando en una de sus vidas posibles. El resultado son tomas fotográficas que José María hasta podría atreverse a ver con los ojos cerrados, porque él fotografía impresiones y recuerdos, aromas de luz y color, sensaciones, instantáneas de un aquí y ahora fugaz captado con vocación de hacerlo permanecer. Pero nosotros, los profanos, ¿qué vemos en sus fotografías? O mejor, ¿qué podemos ver? Quizás no existan otros mundos pero sí existen otros ojos, miradas distintas que crean realidades, ojos que se desacostumbran para poder ver y observar lo común de otra manera y aún sorprenderse y sorprendernos; ojos capaces de descubrir esos otros mundos que, con otros ojos, no existen. No por casualidad fue un visionario como George Orwell quien dijera que ver lo que se tiene delante de los ojos exige un esfuerzo constante. Con sus fotografías, José María Díaz-Maroto nos minimiza ese esfuerzo. Acertaba la espléndida fotógrafa Pilar García Merino cuando decía de Díaz-Maroto que él lograba sus fotografías como `sin querer´. Y aún así o quizás por eso, sus fotografías son como las gotas gordas de una pasajera tormenta de verano: oportunas y refrescantes. Y calan. Hojeando este libro se podrá oler el aire limpio que dejan.

No puedo terminar sin decir que las personas felices – y con cocientes intelectuales que descarten la idiotez- deberían ser declaradas un bien común y Patrimonio de la Humanidad. José María Díaz-Maroto pertenecería a esa estirpe de hombres felices que, inteligentemente, aún mantienen el quehacer vitalicio de darse cuenta de que lo son. El escritor alemán Ernst von Feuchtersleben decía que el arte no sirve para consolar; quiere ya a consolados. Y, verdaderamente, en el ánimo y alarde de sus fotografías, José María Díaz-Maroto se retrata. Pero él es, también, el hombre de las gestiones y gestaciones, el hombre que cree para poder ver lo que está por ver, el que resuelve, un no fumador muy capaz de dar relevancia al humo sólo porque éste puede elevarse. Quien le conozca, lo sabe.

Juanjo Puerma

Texto incluido en el libro “Bloc de notas”

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