Texto incluido en el libro «Sol y Sombra», editado por la Galería La Caja Negra.
EL INTERÉS DE LO COTIDIANO
Para José Mª Díaz-Maroto la fotografía es un arte vinculado a la alegría de vivir, a la alegría de compartir, a la alegría de soñar. Le gusta pensar en la alegría como categoría moral y como centro motor de las actividades humanas, incluso como razón de ser del pensamiento. Creo que para él su vitalismo, que está permanentemente presente en sus imágenes, es una de sus pocas obligaciones irrenunciables. No ser leales a esa obligación significaría menospreciar la fortuna, nunca del todo merecida, de poder participar de la realidad. Como autor, ha segmentado qué realidad quiere fotografiar. Sin el color, sin las líneas, sin las luces y sombras elegidas no habría dudado en sentirse algo perdido. En cambio, con sus fotografías ha encontrado pequeñas historias que quiere contarnos y a través de las cuales nos ayuda a encontrar referencias de nuestro mundo. Momentos de encuentro entre personas, de fugacidad en sus caminos, de sencillez en las combinaciones de colores, de simplicidad en el reflejo de las curvas de las carreteras al lado del mar, referencias, tal vez, para permitirnos equilibrar o hallar soluciones para nuestra desesperación contemporánea. Busca lo sencillo, captar un instante aparentemente fácil, aunque siempre hay que recordar que no hay nada más sutil que la rutina, lo obvio, pues es ahí donde nos conmueven los matices.
Con el título de su libro, Sol y sombra, parece intentar resumir en pocas palabras en qué se basa cuando decide plasmar en una fotografía lo que ven sus ojos. Dónde y cómo mira cuando desea alcanzar un instante que cambie su naturaleza fugaz por una imagen con vocación de permanencia. Todo para mostrárnosla, para que curioseemos en su interior y busquemos realidades que pasarían desapercibidas para casi todos nosotros. Luces y sombras que recorren y enmarcan las fotografías que ha elegido para ilustrar estas páginas y que, quizás sin pensarlo, resumen su larga trayectoria como autor.
Suele señalarse con acierto que la fuerza de una fotografía reside en que preserva, abiertos al análisis, instantes que el flujo normal del tiempo reemplaza inmediatamente. Esto es cierto especialmente en el caso de Díaz-Maroto, pero porque su tiempo parece que es el mismo siempre, nuestro tiempo, el tiempo de hoy o de mañana o ya pasado, da lo mismo, porque no tiene importancia. Es indiferente cuando se ha captado ese instante congelado, porque Diaz-Maroto no fija un tiempo, nos acerca algo que ocurre en un espacio, que se crea en un entorno, en un lugar cualquiera, pero que ya se ha incorporado a la cámara y que ya está a disposición del mundo, de todos los que queramos descubrirlo. Y lo que importa ahora es que las fotografías causen impacto en tanto que muestren algo curioso. La fotografía es una herramienta para tratar con cosas que todos conocen pero a las que nadie presta atención.
Esta es su propuesta estética y, por qué no, su propuesta personal y vital de fotógrafo urbano con toques de elegancia, de viajero prudente con una pizca de indiscreción, de paisajista cercano y espiritual. Todas estas facetas se presentan y se mezclan por sus fotografías con sencillez, sin hacer ruido, con esa facilidad del buen hacer, del profesional acostumbrado a buscar y rebuscar, sabiendo rescatar y encontrar el interés de lo cotidiano.
Ricardo Lozano Aragüés