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Pilar García Merino

Texto incluido en el libro «Bloc de notas» , Colección La Kursala, Universidad de Cádiz.

LA HUELLA DE LO REAL
Como si de una expedición arqueológica se tratara José María Díaz-Maroto emprende un recorrido entretejido de huellas, vestigios y rastros del ser humano.
Con un comportamiento fotográfico -y casi topográfico- siente la compulsión de viajar al exterior en una búsqueda obsesiva por encontrar la verdad de las cosas. Pero el viaje que va a iniciar comienza como un ejercicio de introspección hacia el núcleo más profundo de su propio “yo” porque la belleza exterior no es más que el reflejo de una vivencia interior.

Entre idas y venidas, entre disparo y disparo, José María va deshojando el calendario. De La Habana al Amazonas, de Santo Domingo a Rabat, de Marrakech a Berlín y de regreso a Madrid.
Cuando viaja a La Habana estampa con su mirada la arquitectura importada de zonas industriales de los Montes Urales.
Se adentra en el escenario de la jungla tropical para inmortalizar un puente trazado con hormigón armado, tiralíneas diagonal de violentas directrices desafiando laderas de naturaleza terrena.
Y en un hotel de lujo en Brasil observa la enredadera de pelo en centeno, que trepa por la espalda pro-púber, de una anglosajona amazona.

Un decadente Café berlinés. Un monumento de cemento rayando el viento. Dos parejas de enamorados en el Malecón cubano. Vestigios del pasado y retazos de un país lejano.

José María siempre mira de frente buscando en el horizonte la estela de alguna estrella o un nuevo sol tropical.
Don Juan, Casanova, James Bond. Latin lover sin Photoshop.
Vital, divertido, leal. Gin Tonic. Ron Brugal.
Amanece cada día en habitaciones vacías y de madrugada, entre sábanas veladas, se le insinúan sinuosas unas curvas peligrosas. La huella de su propio cuerpo. Un paisaje visceral. La impresión del ser humano sobre fibra natural.

Cronista sin pretensiones. Fotógrafo apasionado. No hay pose ni hay artificio. No hay manipulación. Retrata la vida, tal cual, sin forzar la situación, sin provocar el encuentro ni esperar el momento concreto.
Sus fotografías son el resultado de una intensa actividad y parecen lograrse así como “sin querer”. En este punto reside el verdadero interés de su obra: el arte de sublimar el hecho más cotidiano, la vida más simple y trivial, en cualquier instante y en cualquier lugar.

Pilar García Merino
Diciembre, 2010
Texto incluido en el libro «Bloc de notas»

Rosa Olivares

Texto incluido en el libro 100 FOTOGRAFOS ESPAÑOLES /100 SPANISH PHOTOGRAPHERS, editado por EXIT

Dentro de la tipología de caracteres que el arte contemporáneo nos ofrece, sigue existiendo esa que, aunque pueda parecer un tanto romántica hoy, define al artista como un viajero, un hombre curioso, tranquilo, que va reflejando en su obra su entorno familiar, sus paisajes queridos… ese tipo un tanto heredado del artista plein air. Díaz-Maroto podría ser encuadrado en este grupo amable cuyo objetivo no es transgredir, denunciar, ni tan siquiera producir una obra cercana a ninguna moda, ni experimentar con las nuevas tecnologías. Su trabajo se inscribe dentro del documentalismo intimista, subjetivo, que ofrece imágenes sacadas de la realidad cotidiana para tamizarlas por la subjetividad de una mirada que elige lo anecdótico, lo sencillo, lo que todos hemos podido ver, sin buscar lo excepcional. Se trata de una fotografía pura, que sigue la tradición del blanco y negro, la del instante decisivo. Tampoco podríamos decir que busca reflejar la belleza, tal vez la tranquilidad un objetivo mas cercano para él. Es la suya una fotografía que descansa y se enriquece con los recursos propios de la fotografía, que de la fotografía procede y su es sencillamente la fotografía. Transformar el mundo habitado, el mundo contemplado, esos fragmentos escogidos por la mirada del artista, en fotografía, en papel, en un recuerdo, en un objeto: ese podría ser su sentido final. Y el mundo que Díaz-Maroto refleja es un mundo agradable, tranquilo, entrevisto en sus viajes y en esos retratos de gente sencilla, algunos cercanos a él y otros simplemente cazados en la calle: personajes que tal vez sorprendan al artista por vivir en otros mundos tal ven no tan amables.

En sentido formal, las fotografías de Díaz-Maroto han evolucionado muy lentamente hasta sus últimas obras, ya en el año 2000, cuando parece que se ha centrado más en el paisaje, aumentando los formatos y demostrando más abiertamente un dominio técnico que, si bien hace tiempo que tiene, no había sido algo esencial para su trabajo. Pertenece Díaz-Maroto a ese grupo informal de fotógrafos madrileños que han hecho del ejercicio de la fotografía una profesión paralela, a caballo entre el concepto de fotógrafo, anterior a la confirmación de la fotografía como arte autónomo, y las nuevas generaciones de artistas, que eligen la fotografía como medio de expresión.

Texto escrito por Rosa Olivares (*) para el libro

100 FOTOGRAFOS ESPAÑOLES /100 SPANISH PHOTOGRAPHERS

Juanjo Puerma

Texto incluido en el libro «Bloc de notas 2», editado por el CEART.

QUIEN LE CONOZCA, LO SABE

Martes 19 de julio del año 2011. Son las siete de la tarde. Enciendo mi ordenador. Ya preparado para su abordaje, espero el vagabundeo en el aire de una de esas ingenuas señales inalámbricas que me permita acceder gratuitamente a la Red. Doy con una, detengo su vuelo con mi atrapamariposas y rápidamente tecleo en la tira vacía del buscador de Google: José María Díaz-Maroto. Aparecen 320.000 entradas en 0,25 segundos. Leo y leo acerca del conocido fotógrafo. Las diez y media de la noche. Pierdo la señal y me quedo colgado sin dar con eso no dicho que me permitiera saber más de quien más me interesaba: el desconocido José María Díaz-Maroto. Porque, ¿alguien sabe quién es –realmente- este tipo tan sociable y atrayente, de personalidad opulenta y rica en pasadizos secretos?

En El Libro de la Nada, Osho asevera: “No hay distancia entre tú y el final del camino. Eres el buscador y eres lo buscado. Eres el adorador y eres lo adorado ”. El territorio de Díaz-Maroto no es uno de tantos porque por él, él transita con el porte de quien ya conoce sus caminos; es el hombre que, recorriéndolos, se halla. Y también sabemos que se adora. Entonces, ¿hablaba Osho de Maroto? Conociendo a José María no es de extrañar que este maestro zen tenga una tarjeta de visita suya.

Efectivamente, José María Díaz-Maroto es ese hombre que sale al mundo, se busca y sabe darse alcance; la recompensa obtenida es él mismo, sus fotografías liberadas de servidumbres, su arrojo, el moreno sempiterno de su piel, la sonrisa del pícaro que hace por comer más uvas que el ciego y su lazarillo, las anécdotas y la literatura de sus idas y venidas, su innegable carisma, lo magnético de su sola presencia, la fruta madura.

La vida de algunas personas también late en otras muchas vidas posibles, vidas distintas a esa otra que suele malinterpretar nuestros propios deseos y anhelos. Cuando el Díaz-Maroto fotógrafo se cuelga la cámara del cuello, ya está respirando en una de sus vidas posibles. El resultado son tomas fotográficas que José María hasta podría atreverse a ver con los ojos cerrados, porque él fotografía impresiones y recuerdos, aromas de luz y color, sensaciones, instantáneas de un aquí y ahora fugaz captado con vocación de hacerlo permanecer. Pero nosotros, los profanos, ¿qué vemos en sus fotografías? O mejor, ¿qué podemos ver? Quizás no existan otros mundos pero sí existen otros ojos, miradas distintas que crean realidades, ojos que se desacostumbran para poder ver y observar lo común de otra manera y aún sorprenderse y sorprendernos; ojos capaces de descubrir esos otros mundos que, con otros ojos, no existen. No por casualidad fue un visionario como George Orwell quien dijera que ver lo que se tiene delante de los ojos exige un esfuerzo constante. Con sus fotografías, José María Díaz-Maroto nos minimiza ese esfuerzo. Acertaba la espléndida fotógrafa Pilar García Merino cuando decía de Díaz-Maroto que él lograba sus fotografías como `sin querer´. Y aún así o quizás por eso, sus fotografías son como las gotas gordas de una pasajera tormenta de verano: oportunas y refrescantes. Y calan. Hojeando este libro se podrá oler el aire limpio que dejan.

No puedo terminar sin decir que las personas felices – y con cocientes intelectuales que descarten la idiotez- deberían ser declaradas un bien común y Patrimonio de la Humanidad. José María Díaz-Maroto pertenecería a esa estirpe de hombres felices que, inteligentemente, aún mantienen el quehacer vitalicio de darse cuenta de que lo son. El escritor alemán Ernst von Feuchtersleben decía que el arte no sirve para consolar; quiere ya a consolados. Y, verdaderamente, en el ánimo y alarde de sus fotografías, José María Díaz-Maroto se retrata. Pero él es, también, el hombre de las gestiones y gestaciones, el hombre que cree para poder ver lo que está por ver, el que resuelve, un no fumador muy capaz de dar relevancia al humo sólo porque éste puede elevarse. Quien le conozca, lo sabe.

Juanjo Puerma

Texto incluido en el libro “Bloc de notas”

Ricardo Lozano Aragüés

Texto incluido en el libro «Sol y Sombra», editado por la Galería La Caja Negra.

EL INTERÉS DE LO COTIDIANO

Para José Mª Díaz-Maroto la fotografía es un arte vinculado a la alegría de vivir, a la alegría de compartir, a la alegría de soñar. Le gusta pensar en la alegría como categoría moral y como centro motor de las actividades humanas, incluso como razón de ser del pensamiento. Creo que para él su vitalismo, que está permanentemente presente en sus imágenes, es una de sus pocas obligaciones irrenunciables. No ser leales a esa obligación significaría menospreciar la fortuna, nunca del todo merecida, de poder participar de la realidad. Como autor, ha segmentado qué realidad quiere fotografiar. Sin el color, sin las líneas, sin las luces y sombras elegidas no habría dudado en sentirse algo perdido. En cambio, con sus fotografías ha encontrado pequeñas historias que quiere contarnos y a través de las cuales nos ayuda a encontrar referencias de nuestro mundo. Momentos de encuentro entre personas, de fugacidad en sus caminos, de sencillez en las combinaciones de colores, de simplicidad en el reflejo de las curvas de las carreteras al lado del mar, referencias, tal vez, para permitirnos equilibrar o hallar soluciones para nuestra desesperación contemporánea. Busca lo sencillo, captar un instante aparentemente fácil, aunque siempre hay que recordar que no hay nada más sutil que la rutina, lo obvio, pues es ahí donde nos conmueven los matices.

Con el título de su libro, Sol y sombra, parece intentar resumir en pocas palabras en qué se basa cuando decide plasmar en una fotografía lo que ven sus ojos. Dónde y cómo mira cuando desea alcanzar un instante que cambie su naturaleza fugaz por una imagen con vocación de permanencia. Todo para mostrárnosla, para que curioseemos en su interior y busquemos realidades que pasarían desapercibidas para casi todos nosotros. Luces y sombras que recorren y enmarcan las fotografías que ha elegido para ilustrar estas páginas y que, quizás sin pensarlo, resumen su larga trayectoria como autor.

Suele señalarse con acierto que la fuerza de una fotografía reside en que preserva, abiertos al análisis, instantes que el flujo normal del tiempo reemplaza inmediatamente. Esto es cierto especialmente en el caso de Díaz-Maroto, pero porque su tiempo parece que es el mismo siempre, nuestro tiempo, el tiempo de hoy o de mañana o ya pasado, da lo mismo, porque no tiene importancia. Es indiferente cuando se ha captado ese instante congelado, porque Diaz-Maroto no fija un tiempo, nos acerca algo que ocurre en un espacio, que se crea en un entorno, en un lugar cualquiera, pero que ya se ha incorporado a la cámara y que ya está a disposición del mundo, de todos los que queramos descubrirlo. Y lo que importa ahora es que las fotografías causen impacto en tanto que muestren algo curioso. La fotografía es una herramienta para tratar con cosas que todos conocen pero a las que nadie presta atención.

Esta es su propuesta estética y, por qué no, su propuesta personal y vital de fotógrafo urbano con toques de elegancia, de viajero prudente con una pizca de indiscreción, de paisajista cercano y espiritual. Todas estas facetas se presentan y se mezclan por sus fotografías con sencillez, sin hacer ruido, con esa facilidad del buen hacer, del profesional acostumbrado a buscar y rebuscar, sabiendo rescatar y encontrar el interés de lo cotidiano.

Ricardo Lozano Aragüés

Mi foto favorita…

Durante todo el mes de agosto de 2014 el Confidencial.com ha publicado cada día «La foto favorita» de 31 fotógrafos españoles. Sin faltar a la cita Peio H. Riaño ha descrito con claridad y buen hacer cada uno de las fotografías seleccionadas. La imagen que yo seleccioné corresponde a una fotografía realizada en Llanes estando con el maestro Nicolás Muller en uno de los Hoteles con más encanto que he conocido «La Posada de Babel», situado en la localidad de La Pereda.
Dos-Barbies-y-una-Chavel.-llanes,-Asturias,-1994

Se publicó el domingo 24 y este es le texto:

La fotografía que interesa a José María Díaz-Maroto es la de situaciones cercanas, que retraten la vida a pleno pulmón, sin ocultar las briznas de tristeza, esperanza y humanidad. la foto que ha elegido está hecha en Llanes, en una visita a la ciudad asturiana acompañado del grandísimo Nicoles Muller. Se encontró con la escena que terminó por convertirse en un retrato. «Si hay algo que me interesa es el ser humano», explica el fotógrafo. El ser humano y sus hebras de vida siempre cerca, lo más próximo, lo más directo, porque quiere formar parte de ellas, del momento en el que se le presentan y del instante que perdurará.
Habla de la fotografía como de una puerta a los demás, de entrar para preguntar quien hay ahí. Y hacerlo a la manera clásica, es decir, sencilla y bajo los insobornables parámetros de la honestidad.
Peio H. Riaño

Ángel Marcos. Alrededor del sueño 4. Madrid

El próximo 9 de septiembre Ángel Marcos expone en la Sala Canal de Isabel II una importante exposición. Madrid se convierte en el cuarto capítulo de su proyecto más ambicioso. Antes fueron Nueva York, Cuba y China, ahora la ciudad de Madrid es protagonista de sus pasiones.

Un mes antes

Guadalajara: paisaje y territorio

«En el inicio de la Historia de la Fotografía (1826) Nicephere Niepce nos regaló el primer paisaje obtenido desde la ventana de Gras; pero si algo define la tendencia más moderna y actual en este nuevo siglo es el paisaje. Guadalajara ha sido el mejor escaparate: sus grandes extensiones, la infinidad de luces, los contrastes y el paso de la historia en cada uno de sus rincones, ha configurado – sin defraudar- el mejor paisaje que yo hubiera podido imaginar».

Fotografías tomadas durante los años 2004 a 2006 con una cámara Canon EOS 5D con un objetivo Canon f2 de 35 mm.

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Desmontando a Eros

Título de la exposición organizada por la Escuela TAI dentro del Festival PhotoEspaña 2013. Los trabajos corresponden a alumnos de 2º grado de la escuela.

A lo largo de la historia del arte la reinterpretación ha sido y es un estilo propio de trabajo constituyendo un ejercicio de destreza, fábula y aguda imaginación. En los últimos años y en todas las facetas creativas, encontramos artistas que trabajan sistemáticamente en el territorio de la reconstrucción de una narración artística que vuelve a renacer. En este caso con la exposición «desmontando a Eros» pretendemos recrear historias cimentadas en Eros, repletas de mitos, leyendas y fisionomías eróticas a los ojos de los humanos. Algunas obras inspiradas en eros se han convertido en fuentes inagotables de referencias para las nuevas generaciones de creadores, siendo la fotografía el lenguaje creativo más dinámico, descarado e integro para su reinterpretación artística.
La fotografía se ha alimentado de la iconografía pictórica desde sus inicios, incidiendo en las estilos clásicos y apropiándose sin descanso de obras inmortales, Joel-Peter Witkin, Marcos López, Pierre et Gilles, Clark et Pougnaud o Yasumasa Marimura son el mejor ejemplo de la reinterpretación artística actual, pero esto no es nada nuevo cuando ya la fotografía estaba considerada como una de las artes visuales los autores que la utilizaban retomaron el empeño de sus predecesores lanzando gestos de complicidad a las grandes obras de la pintura universal, partiendo de ellas como motivo de inspiración para la realización de su propio trabajo. De esta manera, pintores como Picasso, Manolo Valdés, o Saura interpretan a Velázquez, lo hacen sin despeinarse y sin pensar en ningún momento que los resultados careciesen de valor o de originalidad.
«Desmontando a Eros» es una reflexión sobre la utilización del cuerpo como medio de comunicación artístico, donde expresiones universales pictóricas, escultóricas, fotográficas, literarias, teatrales o cinéfilas serán reinterpretas fotográficamente.

José María Díaz-Maroto
Comisario