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WORKSHOP HABANA PHOTO. 7 días con Díaz-Maroto

«Si te gusta la fotografía o ya te apasiona, si estás aprendiendo o ya tienes una sólida formación, ahora te ofrecemos también la oportunidad de realizar un interesante taller fotográfico en una de las ciudad más fotogénicas del mundo: La Habana; y de la mano de uno de los más reconocidos y experimentados fotógrafos que la han fotografiado: José María Díaz-Maroto».
Bodega Siboney, Regla 02. La Habana 2013 libro
José María Díaz-Maroto

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Rafael Serván

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Ángel Sanz

Juanjo Puerma_Nueva imagen
Juanjo Puerma

Muchos de los grandes nombres del panorama fotográfico internacional han realizado proyectos en esta fantástica isla caribeña, donde se combina a la perfección una impresionante luz con la alegría y simpatía de sus gentes. Tendrás la ocasión de pasear y fotografiar en muchos de los lugares y rincones en los que lo hicieron Walker Evans, Alex Webb, Robert Polidori, Wim Wenders, Cristina García Rodero, Ernesto Bazan y Juan Manuel Díaz Burgos…) y reconocer escenarios de conocidas películas rodadas allí, mientras disfrutas de unos días de sol y música cubana.

El taller fotográfico – workshop – HABANA PHOTO – cuenta con experimentados profesionales, que impartirán clases teóricas y prácticas en diferentes lugares de La Habana acompañándote en todo momento para resolver tus dudas técnicas. El objetivo es disfrutar de una semana de trabajo en convivencia con otros aficionados y amantes de la fotografía y realizar conjuntamente un proyecto fotográfico que concluirá con la edición de un libro en cuyo contenido se incluirán tus mejores fotografías de tu paso por Cuba.

El taller tendrá una duración de una semana desde la mañana del domingo 29 de marzo hasta el sábado 4 de abril. Una semana intensa en la que un grupo de fotógrafos nos juntaremos en La Habana para compartir conocimientos fotográficos, experiencias de vida y aprendizajes.

HABANA PHOTO cuenta con una esmerada planificación de charlas teóricas e interesantes sesiones prácticas, que la hace muy diferente de otras propuestas fotográficas menos originales y más caras. Además, hemos limitado el número de plazas para un desarrollo personalizado y efectivo del taller.

Antes de viajar a La Habana realizaremos una primera clase/reunión de presentación en Madrid donde explicaremos el programa, daremos algunas indicaciones sobre el país, y tendremos ocasión de visionar imágenes y vídeos producidos en viajes anteriores.

Una vez allí, os daremos la bienvenida el día 28 de marzo por la tarde (sábado) en el lugar escogido para alojarnos: «Residencial La Cecilia». Cada alumno tendrá reservada una habitación individual en un apartamento compartido con seguridad privada en el edificio, piscina, cocina, baño y aire acondicionado. Este complejo residencial esta ubicado en una magnífica zona, bien comunicada, en la zona de Playa (Calle 3ª con 96) junto a un pequeño Centro Comercial y a pocos metros de algunos de los hoteles más prestigiosos de La Habana como el Hotel Melia Habana (5*).

Empezaremos las clases el día 29 de marzo a las 9:30 h, en uno de los apartamentos, donde nos reuniremos para detallar el plan de la semana, de acuerdo a los cambios de última hora que puedan acontecer. Durante la semana haremos visitas diarias a lugares que poseen un interés visual, donde se desarrollan actividades sensibles de ser fotografiadas o que, por sí mismas, tienen un importante atractivo. Rincones anclados en el tiempo, lugares que ven pasar la vida y que nos servirán para capturar imágenes únicas dotadas de nuestro sello personal.

Siete días intensos en Cuba: » La isla más hermosa». Contaremos con el conocimiento y la experiencia de José María Díaz-Maroto que junto a Juanjo Puerma, Rafael Serván y Ángel Sanz – conducirán de forma personal todas las actividades del taller. Disfrutarás de sesiones fotográficas exclusivas en escenarios tan extraordinarios como una escuela de boxeo juvenil, locales musicales de ensayo, el plácido paseo marítimo de Cojimar donde Ernest Hemingway escribió en 1951 “El viejo y el mar” o el Valle de Viñales.

Azules, ocres, y el paso del tiempo

Medidas: 21 x 21 cm.
Páginas: 96, 47 fotografías color-
Textos: Paco Carpio y Dolores Noguera Guirao
Impresión: Lucam
Tapa dura. Papel Gardapak Kiara de 135 grs.
Edición: 100 ejemplares firmados y numerados.
Precio: 30,00 € (envío incluido en la península).
Solicitar a diazmaroto@telefonica.net
“Primera edición con motivo de la exposición AZULES, OCRES, Y EL PASO DEL TIEMPO en la Galería Espaciofoto de Madrid en diciembre de 2014″.

Exposición en espaciofoto «Azules, acres, y el paso del tiempo»

En la galería Espaciofoto, desde el 11 de diciembre.
«Azules, ocres, y el paso del tiempo»
Invitación-Díaz-Maroto.-Espacio-Foto-2014
Del 11 de diciembre de 2014 al 31 de enero de 2015, la galería Espaciofoto de Madrid (Calle Viriato, 53), acoge la exposición «Azules, ocres, y el paso del tiempo» de José María Díaz-Maroto (Madrid, 1957). La muestra presenta diecinueve fotografías a color realizadas por el autor en los últimos cinco años a lo largo del mundo, en las cuales dominan los azules y ocres.
Metáforas de la mirada inquieta del fotógrafo, viajero infatigable que fija su objetivo en algunos rincones olvidados de La Habana vieja, o se deja invadir por los paisajes terrosos del Cabo de Gata. Son imágenes inundadas del azul infinito del mar de Panamá o del efecto corrosivo del tiempo en las modestas cabañas del río Cuieiras, en el Amazonas.
Coincidiendo con la muestra se edita una edición de 100 ejemplares del libro «Azules, ocres, y el paso del tiempo».
Calle Cuba 2012 sin nombre
Esquina en Habana Vieja. La Habana, 2014.

Embarcadero de Regla. La Habana, 2013
Embarcadero azul. Regla, La Habana 2013.

Entrada a la lanchita de Regla 2012
Atuey. La Habana, 2013.

Escuela Rafael Trejo.2013
Escuela de Boxeo Rafael Trejo. La Habana 2013.

AZULES, OCRES, Y EL PASO DEL TIEMPO

EDICIÓN ESPECIAL
Edición especial de 20 ejemplares numerados de 1/20 a 20/20 del libro AZULES, OCRES, Y EL PASO DEL TIEMPO donde se incluye una imagen original firmada y numerada de 15 x 20 cm. editada en papel Ilford Galerie Gold Fibre Slik 310 grs. y un estuche exclusivo con tapa en tonos ocres.
Precio: 90 € (envío incluido en la península).
Solicitar a diazmaroto@telefonica.net

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Edición especial editada en papel Ilford Galerie Gold Fibre Silk 310 grs.

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Portada estuche exclusivo 22,5 x 22,5 cm. con tapa unida forrada en tonos ocres

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Estuche exclusivo 22,5 x 22,5 cm. con tapa unida forrada en tonos ocres.

AZULES, OCRES, Y EL PASO DEL TIEMPO

AZULES, OCRES, Y EL PASO DEL TIEMPO. José María Díaz-Maroto

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Medidas: 21 x 21 cm.
Páginas: 96, 47 fotografías color
Textos: Paco Carpio y Dolores Noguera Guirao
Impresión: Lucam
Tapa dura. Papel Gardapak Kiara de 135 grs.
Edición: 100 ejemplares firmados y numerados.
Precio: 30,00 € (envío incluido en la península).
Solicitar a diazmaroto@telefonica.net
«Primera edición con motivo de la exposición AZULES, OCRES, Y EL PASO DEL TIEMPO en la Galería Espaciofoto de Madrid en diciembre de 2014».

EDICIÓN ESPECIAL
Los ejemplares numeros 1/20 a 20/20 incluyen una imagen original firmada y numerada de 15 x 20 cm. editada en papel Ilford Galerie Gold Fibre Slik 310 grs. y un estuche exclusivo con tapa en tonos ocres.
Precio: 90 € (envío incluido en la península).
Solicitar a diazmaroto@telefonica.net

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Edición especial editada en papel Ilford Galerie Gold Fibre Silk 310 grs./>

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Portada estuche exclusivo 22,5 x 22,5 cm. con tapa unida forrada en tonos ocres
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Estuche exclusivo 22,5 x 22,5 cm. con tapa unida forrada en tonos ocres.

Inicio del texto escrito por Paco Carpio

“Es posible un arte que tiene su punto de partida en las emociones, transmitidas a través del color, un color cada vez más libre y arbitrario, y no en las reglas prescritas académicamente. Se trata de emociones que se originan en el artista y que hacen referencia a su mundo interior. Visión sincera, intensa y verdadera”.
Paul Gauguin. Escritos de un salvaje.

PUPILAS EN LA PIEL

Del mismo modo que nos confesaba el (buen) “salvaje” Gauguin, las fotografías de José María Díaz-Maroto están también escritas con la luz de las emociones y reveladas con la policromada química del color. Un color igualmente libre e igualmente arbitrario en tanto que ha seleccionado dos tonos fundamentales para escribir su personal (foto)grafía: Azul y Ocre. Agua y Luz. Mar y Tierra.
No he elegido en absoluto al azar esta cita del gran pintor francés, uno de los primeros viajeros-artistas en busca del exotismo de otras miradas distintas a y distantes de la europea. Ante la mirada clara, fría y cruel de Occidente (Rimbaud), la mirada cálida, curiosa, azulada y albero de un viajero en busca de otras tierras. Pupilas sobre la piel tostada del Caribe, de Canarias, del Cabo de Gata, de Brasil…
Nuestro artista nos dirá: “…los viajes alimentan mi espíritu…” Y, sin duda, el viaje ha sido y es avituallamiento constante y fundamental en su mochila… de viajero.
Desde Marco Polo a los fieros vikings pasando por Ibn Batouta, de Paul Morand o Valery Larbaud hasta llegar a los singulares viajeros del romanticismo (el antecedente menos pedestre y más ilustre de la actual raza de los turistas…), viajar ha supuesto una constante del hombre por encontrar y traspasar límites, los de la tierra o los suyos propios. Decía Henri de Montherlant que “de todos los placeres, el viaje es el más triste”. No lo sé. Seguramente sí que es el más………..

Selección de textos escritos por Lola Noguera Guirao

Paisajes de mujer

Aquellos lugares en los que su mirada se abre al azul, color frío que recoge el tono cálido de mar y del cielo. Cuando el gusto por descubrir detrás de una puerta la vida suave de la naturaleza se enmarca en la lente de un lugar, un espacio, el del infinito que se mueve. Solo buscó el hueco de la sonrisa que hace la ola escorada en la orilla pálida de la costa y, sin embargo, encontró la roca de volcán que cubre con su peso la isleta de aristas rojas. Porque desde la ventana cerrada observa las luces en burbujas de la pared, bolitas de espuma sobre el azul arañado de la edad. Trozos de realidades emplomadas que hacen del tiempo plúmbeos cuadrados en cristales; huecos pequeños que reparten la vida en llanto y risa, y buscan el guiño de su delgadez vistosa más allá del vidrio alado del amanecer. Desde el camino, la carretera o el sendero se acerca a la alegría del sol con paso largo sin detenerse en más destino hilado que el de su sueño. Matices de rojo sangre matizados por muros que se rodean al atardecer de su sonrisa. La tierra y el cielo, el mar y la arena. Silueta de mujer.

Ajuares

Si buscas en el ajuar de la vida encuentras su cuerpo inclinado hacia los avatares de su cocina; porque la plata de sus sienes se mira en el espejo de la juventud que rasura la cara dispuesta a la conquista. Si buscas en su paso lento que se abre a su hueco te miras en la blancura sencilla de su ropa natural mientras el movimiento ágil de un joven se revuelve en compromiso. Pero si te acercas a la expresión sabia de su cara y a la arruga de su cuello vas al camino de la escritura, de la mano que sujeta el papel mínimo para fijar y ordenar el pensamiento. Ella, viejita, atraviesa la vida dejando atrás aquel dolor de la mirada infantil, aquella que el niño enseña con la negrura de sus ojos en una mirada densa de gesto y esfuerzo, de afán y decisión…, como si la caricia fuese golpe y el beso dolor. Vidas de piel morena que pelean con la vida, que se agotan en el movimiento de su fibra delgada, que buscan azules. Vidas.

El paisaje como narración contemporánea

La Exposición EL PAISAJE COMO NARRACIÓN CONTEMPORÁNEA. COLECCIÓN ALCOBENDAS es una nueva e importante exposición de la Colección Alcobendas que recala en esta ocasión en Cáceres, con motivo de la nueva edición de FOROSUR y que permitirá a los visitantes de la muestra recorrer y disfrutar de una visión especial del paisaje como escenario de narración, una mirada fragmentada de la naturaleza con la intención de generar conocimiento y cultura.

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Eduardo Nave

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Joan Fontcuberta

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Pablo Pérez Mínguez

Algo tan universal como el paisaje genera innumerables coincidencias y esta ocasión no es diferente, el deterioro de la tierra, la búsqueda de la historia, la apropiación del hombre sobre la naturaleza o la simple intervención y conversión en territorio son algunas de las narraciones que encontramos en las obras seleccionadas de los autores más representativos del panorama español y que parte de su supremo trabajo se encuentra en la Colección Alcobendas. La selección de la muestra EL PAISAJE COMO NARRACIÓN CONTEMPORÁNEA. COLECCIÓN ALCOBENDAS se compone de un total de veinticuatro obras, estando representados los siguientes autores Ángel Marcos, Ana Teresa Ortega, Concha Prada, Joan Fontcuberta, Montse Soto, Pablo Pérez Mínguez, Almalé-Bondía, Bleda & Rosa, Carlós Cánovas, Eduardo Nave, Felix Curto, Gonzalo Puch, José Ramón Bas, Juan de Sande, Luis Vioque, Manolo Bautista, Mayte Vieta, Miguel Ángel Gaueca, Rosa Muñoz y Valentin Vallhonrat.

José María Díaz-Maroto
Conservador y Comisario de La Colección Alcobendas

Human: state of mind. Colección Alcobendas

«Human: state of mind». Colección Alcobendas
La exposición «Human: state of mind. Colección Alcobendas» compuesta por un total de ochenta y cinco imágenes correspondientes a cuarenta y siete autores españoles es una nueva y primordial muestra de la Colección Alcobendas que viaja, por primera vez a Bulgaria, más concretamente a su capital Sofía donde ha ocupado cinco salas de la Galeria Nacional permitiendo a los visitantes de la muestra recorrer una extensa parte de historia del reportaje fotográfico en España, siendo la presencia implícita del ser humano el hilo conductor de la muestra.
Los maestros neorrealistas de mediados del siglo XX como Francesc Català Roca, Joan Colom, Gabriel Cualladó, Colita, Ramón Masats, Oriol Maspons, Paco Gómez, Ricard Terré y Virxilio Vieítez, hasta la visión más actual de Almalé/Bondía, Javier Arcenillas, Manolo Bautista, José Ramón Bas, Luis Baylon, Ricky Dávila, Javier Esteban, Joan Fontcuberta, Juan Manuel Díaz Burgos, Alberto García-Alix, Amparo Garrido, Pierre Gonnord, Gabriel Grech, Chema Madoz, Manuel Vilariño, Fernando Maquieira, Ángel Marcos, Ouka Leele, Marc Roses, Gervasio Sánchez, Marta Sentís, Manuel Sonseca, Rafael Trobat y Javier Vallhonrat completando, este salto generacional, con la aportación fundamental de los fotógrafos que desarrollaron su trabajo en los setenta, ochenta y noventa, como Cristina García Rodero, Toni Catany, Marisa Flórez, Fernando Herráez, Rafael Navarro, Humberto Rivas, Benito Román, Jorge Rueda, Ángel Sanz y José Manuel Navia.

Alberto García Alix 02

Alberto García Alix

Chema Madoz 02

Chema Madoz

Cristina García Rodero 02

Cristina García Rodero

Gervasio Sánchez 01

Gervasio Sánchez

Joan Colom 01

Joan Colom

Virxilio Vieitez 01

Virxilio Viéitez

Pero la contribución de La Colección en esta primera edición del festival FOTOFABRIKA no termina con la muestra expositiva sino que dos de los autores españoles de mayor calado internacional, ambos muy bien representados en la Colección Alcobendas, Cristina García Rodero y Chema Madoz impartirán sendos talleres durante el festival, contribuyendo de esta forma a la interrelación cultural de la fotografía como medio de expresión universal.
Para la realización de esta importante exposición de la Colección Alcobendas se ha contado con el patrocinio de la Embajada de España en Bulgaria, la Alcaldía de la Ciudad de Sofía haciendo posible con su contribución esta nueva itinerancia de Colección y cumplimiento -de nuevo- uno de sus objetivos fundacionales como es la su vocación viajara y de divulgación de la cultura visual de nuestro país. De igual forma, reconocer el inestimable trabajo de Ivo Milev (Director Public Engagement) de la Galería Nacional de Sofía y la profesionalidad demostrada en todo momento por Emmy Barouh y Phelia Barouh para llevar a buen puerto este ilusionante proyecto cultural.

José María Díaz-Maroto
Conservador y Comisario de la Colección Alcobendas

ÁNGEL MARCOS. Alrededor del sueño 4. Madrid

La exposición de Ángel Marcos inaugura la temporada 2014-2015 en la Sala Canal de Isabel II de Madrid con la exposición Alrededor del sueño 4. [Madrid], una selección de imágenes de estos tres primeros trabajos y obras de nueva producción realizadas específicamente en Madrid que ofrecen una visión general del proyecto y de la idea principal sobre la que se asienta, que no es otra que la desaparición de la ciudad como elemento determinante de la idea de progreso global. En las imágenes neoyorquinas que iniciaron este proyecto en 2001 destacan los eslóganes y las vallas publicitarias que se utilizan como símbolos de la idea de deseo en una sociedad en la que parece que todo es posible. Imágenes que muestran una realidad muy distinta. Los alrededores de una urbe donde permanecen inertes los restos de un proceso de modernización que ha dejado a su paso cúmulos de basura, abandono y muchos deseos incumplidos.
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Extracto del texto incluido en el catálogo de la exposición,

Texto: José María Díaz-Maroto
En los primeros días del año 2001 Jimmy Wales y Larry Sanger crean la Wikipedia , “la mayor enciclopedia libre que todos pueden utilizar”. Unos meses más tarde, la insurgencia talibana lleva a cabo la destrucción de los dos Budas de roca de Bamiyán (Afganistán), que habían permanecido intactos desde hacía más de 1.500 años. El 6 de junio del mismo año un jurado de Los Ángeles (California) condena a la empresa Philip Morris a pagar tres mil millones de dólares a un fumador de 56 años de edad con cáncer de pulmón irreversible. El 11 de septiembre se producen los atentados del World Trade Center (Nueva York) y el Pentágono (Virginia) , que provocarán la invasión de Afganistán, por parte de Estados Unidos y sus aliados, el 7 de octubre con la operación “Libertad duradera” .
Todo ello compone un mapa virtual desordenado, desconcertante y turbador, plano en el que Ángel Marcos acomete, sin saberlo, el más importante de sus proyectos vitales Alrededor del sueño. El escenario no puede cambiarse, se juega con las cartas que hay, los acontecimientos aparecen y se sobreponen sin control, pero nuestra actitud y actuación ante la realidad nos pertenece. La educación recibida, las vivencias pasadas, la fascinación por la magia de la fotografía en su fidedigna expresión y la intención de mostrar al unísono el dolor y el afecto han sido, y siguen siendo, fuentes de inspiración perenne en el trabajo de Ángel Marcos.
Al igual que en series previas, como Los Bienaventurados, Obras póstumas o La chute, en Alrededor del sueño también surge un espacio donde se acomete el estado del ser humano, la marginación, el deseo, la frustración o el anhelo , con la diferencia de que en esta ocasión Ángel Marcos abandona los paisajes de Castilla por la ciudad, por el espacio urbano vivido por sus ciudadanos, y como punto de partida toma Nueva York.
Pero si de hablar de ciudad se trata, llegados a este punto es imposible concretar porque al decir ciudad se generan en nuestra mente un sinnúmero de imágenes e ideas distintas que hacen imposible verla como un simple territorio que alberga ciudadanos y, por tanto, es necesario tener en cuenta razonamientos socio-culturales, económicos, políticos o culturales.
Existen múltiples y acertadas afirmaciones sobre las cualidades de la ciudad: Le Corbusier dice que “la gran ciudad se convierte en un centro de atracción que recoge y devuelve los efectos espirituales nacidos de tan intensa concentración. Las grandes ciudades son en realidad, puestos de mando” . Max Derruau apunta que “la ciudad es una aglomeración importante, organizada para la vida colectiva… y en la que una parte notable de la población vive de actividades no agrícolas” , y R. Abler, J. S. Adams y P. Gould afirman que “una ciudad es una organización espacial de personas y actividades especializadas, diseñadas para maximizar los intercambios; a nivel local, la ciudad es el mejor medio de interrelacionar actividades sociales y económicas para máximo beneficio de todas ellas…”.
Pero todas estas definiciones enfocan la ciudad desde un punto de vista económico, político o social, y dejan de lado aspectos más específicos, como el cultural, estético o artístico, algo que el sociólogo Lewis Mumford sí pone de manifiesto cuando dice: “El espacio, lo mismo que el tiempo, se reorganiza artísticamente en las ciudades, en las líneas periféricas y en las siluetas de los edificios. […] Junto con el idioma, es la obra de arte más grande del hombre” .
Ángel Marcos percibe estos aspectos artísticos y los busca para llevar a cabo este proyecto. Aunque sigue siendo ciudad, se aparta de la ciudad: el extrarradio se convierte en su lienzo, las riveras, las construcciones industriales y el abandono son el alimento de sus creaciones. Como suele ser habitual en trabajos anteriores, dispone su destreza y desenvoltura en las referencia filmográficas presentando la obra final como un espléndido montaje cinematográfico. Escenas callejeras, incógnitos transeúntes, la invasión publicitaria en las calles y el sueño americano componen el mensaje de una de las obras más representativas del primer capítulo del largo periplo de Alrededor del sueño y que representa una parte primordial en la cimentación de esta exposición.
Soledad, abandono, desolación y belleza aparecen de forma incesante en las obras de Ángel Marcos, produciendo en el ánimo del observador una sensación de padecimiento, una molestia extraña porque no provoca una afección precisa, sino simplemente nos trastorna el ánimo. Es una sensación similar a la que el propio autor sintió al llegar a Nueva York, y que relata de la siguiente manera: “Al llegar a Manhattan siento la fascinación de lo soñado, de esas otras luces que me hacen pensar que esa era mi ciudad. Sentía, desde hacía tiempo, el desafío de ir a Nueva York y allí dedicarme exclusivamente a mi obra. De una forma inconsciente, me di cuenta de que siempre estaba girando en este concepto de no lugar urbano, me daba cuenta de que siempre había lugares de prohibición o una valla, aunque fuera decorativa; el paso estaba prohibido, de alguna forma te exigían peaje, tenías que mostrar tu identidad” . El conjunto del trabajo que realiza Ángel Marcos en esta ciudad está compuesto por numerosas piezas de diferentes medidas, acabados y materiales, e incluye un vídeo titulado Nueva York, donde encontramos una radicalización en el imaginario de lo periférico, y que lleva a su creador a una visión de la ciudad babélica como un skyline escatológico .
En Cuba titula Ángel Marcos el segundo episodio. En la gran isla, la mayor del Caribe, no hay que escudriñar para encontrar el germen argumental y existencial de este capítulo de Alrededor del sueño. De nuevo la desolación, el abandono y la evocación de una olvidada belleza lo impregnan todo, las ciudades del país se desmoronan, y de forma muy especial La Habana, y es ahí donde Ángel Marcos descubre un yacimiento inagotable para expresar su edén. Lentamente, sin oposición, La Habana puede desaparecer, pero sin desaparecer, se deshace, se desmorona pero continua en pie, sigue, ajena al desaliento, aislada, como algo exclusivo, generando algo irrepetible e inconfundible. Como dice un dicho cubano que se implantó en 1985 y que más tarde se reutilizó en 1991 con la llegada del denominado periodo especial “La Habana no aguanta más” ; cincuenta y cinco años de socialismo la contemplan. Pero Ángel Marcos con modos y fórmulas notariales, hace diez años que se lo cuenta al mundo.
En 1933 el periodista americano Carlton Beals encarga a Walker Evans ilustrar el libro The Crime of Cuba, y sin contemplaciones, pero manteniendo ……..

Nota: Puede solicitarse el texto completo en diazmaroto@telefonica.net

Guillermo Fesser

Texto incluido en el libro Photobolsillo nº 18, editorial la Fábrica.

CAZADOR DE ESTRELLA FUGACES
José María Díaz-Maroto es un ser humano con todos sus complementos, incluido el don de la fotografía, que lo trae fuera de serie. Como un cazador de rebecos que espera paciente la llegada de su presa al atardecer, Díaz-Maroto se recuesta en un paisaje que le sugiere nostalgias, por la luz, por la naturaleza, o por el cemento, y aguarda a que alguien se cuele desapercibido en el cuadro para cazarle el alma con el ¡click! aparentemente improvisado, de su cámara. Quizás por eso el objetivo de este madrileño, que viaja al Norte con insistencia buscando los recuerdos de su infancia, suele retratar paradójicamente el Sur, lugar en el que habitan los sentimientos más íntimos de las personas.

Todo comenzó a finales de los sesenta cuando, siendo un lechón de doce años, se atrevió a pedirle a su padre la Lowell Cinefilm. Aquella máquina, de objetivo fijo acromático y tan sólo tres diafragmas, le sirvió para captar en negativo la Primera Comunión de una prima. Eran los tiempos en que el chaval vivía en la burbuja de ilusión ficticia de las casas militares de El Pardo, pensando, como el hijo en la fábula de Roberto Benigni, que la vida era bella.

En aquellos días el fotógrafo daba por hecho que todos los padres de España eran militares, que todas las familias de la península gozaban de una vivienda digna y que los pobres sólo salían en los crismas navideños de Ferrandis. Ya llegaría el desencanto cuando le tiraran para atrás en las pruebas físicas de ingreso a la Academia. La natación, hijo, que siempre ha sido muy perra. Pero antes le quedaban muchos veraneos en Asturias, la tierra de su madre, y una noche mágica en la parroquia de su tío el monaguillo.

Ocurrió, como acontece todo lo grande, en un pueblo pequeño: San Roque del Acebal. Cuidaba de la iglesia un cura que combinaba los misterios de la conversión del vino en sangre con los secretos de revelar en un laboratorio oculto a las miradas. Y así, una noche, que en principio no aportaba nada de especial con su meteorología, Díaz-Maroto se encontró en la sacristía de frente a la ampliadora. Asistido por su tío monaguillo, el cura de San Roque se dedicaba a atrapar fantasmas. Surgían los espíritus de un haz de luz, los atraía el padre con sus conjuros hacia un papel blanco satinado y los fijaba para siempre entre las ondas de un estanque de andar por casa.

Se sentía Díaz-Maroto partícipe de una ceremonia prohibida, intuición que ganaba peso por el ambiente creado con la bombilla de color rojo y el olor a vinagre que envolvía la pequeña estancia. El adolescente se dejó recorrer por pensamientos contradictorios que abarcaban, desde la idea de salir por patas, hasta la de quedarse allí de aprendiz de brujo, y para cuando quiso reaccionar, notó que la magia de la imagen se acababa de adueñar de él para siempre.

Tras el fiasco del ingreso a la Academia Militar -hijo mío, qué disgusto- Díaz-Maroto, como Mambrú, se fue a la guerra. Acababa de cumplir los dieciocho cuando se le abrió de golpe, en la mili, el espectro humano de España. Y es allí, en el Regimiento de Transmisiones de El Pardo, donde habría que buscar el origen de todas las fotografías que ocupan este libro. No porque allí combinara la emisora QRK, que transportaba todo el día en la chepa, con una modesta cámara que le servía para documentar las maniobras de apoyo realizadas en Cáceres y en Burgos. No. Y no, porque el equipo no era bueno y el resultado tampoco como para echar cohetes. Qué va. El principio de su carrera, la verdadera llamada de la selva, amaneció en el brutal encontronazo del soldado Maroto, el de la moto, con un •paisaje de hombres tan desconocidos que se le destapó el hambre por retratarlos.

Confluyeron en aquel servicio militar jóvenes venidos de muy diversos rincones; y, atenta la compañía, hablamos de una época en que los puntos cardinales eran más de cuatro. Además de convencionales los había borrachines, primitivos, poetas, insociables, mecánicos de taller, raros, zarrapastrosos y alguno, incluso, hasta antimilitarista.

Bajo estas circunstancias, naturalmente, la burbuja de felicidad que Díaz-Maroto traía puesta con el logo de ”Spain is Different” se le marchó al carajo. Tuvo suerte, sin embargo, porque la explosión de ese mundo redondo y perfecto no le dejó malherido. Como en• •esos extraños accidentes aéreos en los que un pasajero de la fila 27 salva milagrosamente la vida, la onda expansiva le pasó rozando y pudo observar indemne cómo ese mundo estallaba en miles de planetas diversos, y se le conformaba un nuevo mapa con la galaxia apasionante de los seres humanos que habitamos la tierra.

Con el paso del tiempo y basándose en esa sencilla experiencia, el artista ha creado su peculiar manera de observar a las personas a través del objetivo. Ha aprendido que a sus protagonistas, como a las estrellas fugaces, no se les puede controlar el rumbo. Los que se le meten en campo son hombres, mujeres o niños que surgen de improviso, se detienen un instante y desaparecen para siempre. No cabe darles órdenes, colocarles o modificarles la luz de contra. Sus retratos son como fotografías de astros efímeros, que tienen su momento de gloria en el firmamento, y solo el hecho de haber permanecido a la espera le posibilita captarlo.

En general, los trabajos de Maroto, -vale ya de tanto Díaz, que el apellido compuesto le da al artista una lejanía que no se merece- son historias de viajes. De viajes de todo a cien. Y no lo digo en sentido peyorativo, sino más bien con la intención contraria. Son viajes hacia lo cotidiano, una sonrisa, unos andares, en los que poco importa la geografía en donde ocurran. Por ejemplo, cuando Maroto retrata Cuba, no anda buscando las palmeras o malecones que irremediablemente terminan colocándose en sus disparos, sino esas miradas que lo dicen todo acerca de la cultura visitada.

Conviene tener esto presente para que la fotografía de este autor no le llame a uno a engaño. Aunque nos empeñemos en ver paisajes, sobre el papel siempre reside la intención del retrato humano. Es cierto que tiene lienzos en blanco y negro de caminos, de acantilados y de edificaciones, pero no olvidemos que siempre planean sobre la naturaleza las huellas de quienes la habitaron. Así, cuando retrata el mar Cantábrico, está pensando en su hija que se encuentra en Irlanda, más allá del horizonte. Y cuando capta la casa del indiano en Llanes, vienen a su memoria los ecos del jardín de sus abuelos.

Pero quizás la virtud más destacada de este fotógrafo madrileño sea el conseguir que, al observar sus trabajos, dé .la impresión de que le han salido bien por casualidad. Son fotografías sin truco, sin montaje. Cada una de ellas se parece a esa foto que todo aficionado guarda como oro en paño y que le salió de chiripa, sin entender muy bien cómo, después de quince años de tirar carretes. La única diferencia es que Maroto, antes de recoger las pruebas en el laboratorio, ya se sabía el resultado. Maroto no monta encuadres, pero los busca. No provoca la acción de los personajes, pero les espera.

Y es en la combinación de localizar el sitio adecuado y aguardar paciente la llegada de su víctima donde salta la chispa que nos cautiva al observar sus resultados.

La clave, si hubiera que buscar alguna, reside en que, al ver sus fotos, todos pensamos que podríamos haberlas hecho nosotros. Ojalá pudiéramos.

Guillermo Fesser. 1999

Texto incluido en el libro PhotoBolsillo nº 18 – La Fábrica

Miguel Ángel Galguera

Texto incluido en el libro «Un camino Natural».

EL ESPEJO RETROVISOR DE LA MEMORIA
En el Valle de Mijares, como en cualquier otro valle, cada cierto tiempo cambian de cura párroco. Dicen los viejos que allá por 1900 arribó uno de tan grande talla que le apodaron El Curón. Cuando tuvieron que darle tierra hubo sus más y sus menos con las medidas de la caja mortuoria. A un rapaz que lo vio de cuerpo presente, como una fotografía, le quedó la imagen impresa en la retina. Aquella mente se estropeó y el chaval ya nunca fue el mismo. De mayor le conocí, cuando aliviaba su desvarío inofensivo dibujando a grafito trastornadas figuras de peces en horizontal. A los críos de los años sesenta nos hacían estremecer aquellos dibujos. Su discurso, extraviado y farragoso, no evitaba que fuera hecho con la mejor de las sonrisas. El recuerdo que me queda, como una fotografía, es su apacible sonrisa y su expresión de yo sé, chaval.
En los sesenta, precisamente, llegó a San Roque del Acebal otro cura, sustituyendo al anterior, que fuera despedido, por traslado, no por defunción, con sesenta docenas de cohetes, que ya son cohetes. No debía de estar la feligresía de la parroquia muy satisfecha con su sagrada misión. Pero ésta es otra historia.
El nuevo era un cura a la moderna trazado: comprensivo con la mocedad, cambiante en tiempos cambiantes, y tierno con los ancianos. A los hijos de madre soltera ya no se los bautizaba a escondidas ni negaba tierra sagrada a los suicidas. Los tiempos, afortunadamente, habían cambiado.
Amén de sus cualidades, el que, tiempo andando, se rebotara y, sin enfadarse, colgara de una percha los hábitos, casando con una buena mujer que, hasta donde uno sabe, le sigue amando, no empece para lo que se va a contar aquí. En estos renglones, es una orden, se viene a escribir de fotografía. Nada me satisface más que disertar sobre fotografía y fotógrafos. Yo, que no sé ni apretar el botón de una cámara, tan sólo soy y seré un espectador de la vida, vivo entre fotografías, que me ayudan al recuerdo, aunque me coloquen cada ración de melancolía que tiembla el misterio.
Pues bien, el sacerdote, además de la lectura incesante, poseía una afición confesada: el cuarto oscuro. En los bajos de la casa Rectoral donde moraba, instaló un así como laboratorio fotográfico para que revelaran sus negativos los rapaces del pueblo y veraneantes de mucha confianza. A mayores, gracias a él y sus estímulos se llevó a cabo el homenaje más tierno a la madre más anciana del valle, y a la vez se realizó el primer cross que vimos en el pueblo, nunca entendí qué tendría que ver una cosa con la otra. En la carrera pedestre venció Fernando Borbolla, que corría- y pienso que aún corre- como un gamo. La anciana, el devenir del tiempo, falleció años más tarde superado con creces el siglo de vida en la tierra. De todo ello, de los dos eventos, digo, quedan fotografías.
Y llegaron los veraneantes aquel estío lluvioso de un año mal recordado de finales de los años sesenta. Entre ellos, José María Díaz-Maroto, y Galguera, permitida sea la coquetería y el allegamiento a la cercanía de su madre, Esther, que es hermana de quien, escuchando al Camarón y sorbiendo unos suspiros que parten el alma, trata sin lograrlo, de ser ocurrente y pergeñar por lo formal estos renglones que destilan melancolía.
Aquel laboratorio clandestino, pero inocuo y amable, por lo que yo conozco, inyectó el veneno del líquido de revelar a Díaz-Maroto, y bien estuvo que fuera de tal guisa, visto lo visto. Mientras uno, éste que hoy aporrea la tecla, perseguía rapazas por las romerías y trataba de aprender a escribir (nunca lo conseguí), otro, él, revelaba fotografías y conseguía que las rapazas lo persiguieran a él. Natural, el forastero, hijo del pueblo, al fin, no era mal parecido e iba a ser fotógrafo: tenía futuro.
A la sombra velada de aquel santuario de los sueños y el misterio de la técnica del revelado acudían nativos y veraneantes rapaces, sin pegarse entre ellos. Pasaban tardes enteras, y eternas, sin dar la tabarra en casa ni meterse con nadie. Aprendieron a conseguir que una persona diera fuego al cigarrillo que su otro yo le arrima desde el ángulo opuesto de la misma fotografía; ardid que, supongo, pertenecerá a los inicios de cualquier aficionado, pero que a nosotros, profanos y segadores, nos llenaba de admiración, máxime a quienes no eran dados a tabacos. Éstos, en las pruebas fotográficas, tosían. Allí velaron sus primeras armas en el arte, sí, en el arte, de la cámara oscura que diría Nabokov, chavales que hoy son dueños de restaurantes de tronío, banqueros, oficinistas o emigrantes en México. Uno de ellos se hizo fotógrafo, como no podía ser menos. De diez uno, tampoco es exigua la proporción. El párroco progresista puede dar por bien invertidos los gastos que le hayan significado el mantener aquel cuarto cerrado a los intrusos y abierto a los aprendices o no prácticos pero sí interesados en la materia.
Por las fiestas del Rosario, igual que los gaiteros o el grupo músico-vocal conocido por La Marazul, para los del valle Los Panchines e iban que arreaban, acudía puntual un fotógrafo que retrataba la procesión y luego vendía las fotos a los clientes, ataviados con el traje típico de porruano y llanisca. Aquel verano, una serie de borrosas y desenfocadas fotos nos recuerdan a todos que los rapaces, Díaz-Maroto entre ellos, practicaban como locos con todo el que se les ponía por delante. Foto tengo en mi ajuar que, pese a que me aseguran que se trata de mí, a la presente sigue planteándome dudas razonables. En fin, allá los que saben, tampoco es cuestión de mostrarse pertinaz. El caso es denunciar que aún quedan por los álbumes pruebas irrefutables de cuán malos eran en sus inicios aquellos pioneros que bien podrían denominarse sin empacho integrantes cualificados de La Escuela de San Roque.
El fotógrafo profesional, comprensivo y nada mal tomado, se enfureció muy poco, casi nada, y no presentó reclamaciones ni pleitos de menor cuantía, pero no aceptó, pienso que en venganza, volver a hacer fotos el día del Rosario. ¿Y las obras de teatro que hacíamos para pagarnos los viajes a Santiago de Compostela, Madrid y San Sebastián? Tampoco. A cambio, se dedicó a fotografiar con acierto cierta roca sobre el mar, desde el Paseo San Pedro de Llanes, que, tiempo andando, dado que le salió tan artística, sería conocida como la Cara de Cristo, y buenos royalties le aportó toda su vida.
Pegando saltos, entre digresiones mal traídas, entre las bromas y las veras, se viene a decir ahora que la fotografía, lo tengo escrito ya más veces, debiera haberse inventado no menos de trescientos años antes. No hay, al menos para mí, mejor compañera de la Historia que una buena fotografía. Para nuestro consuelo, acompaña el recuerdo de aquel pretérito familiar más o menos reciente. Sabidas son las horas que pasa nuestra parentela contemplando viejas fotografías y comentando detalles.
Acepto que la fotografía, como arte que es, cumple muy otras funciones que despertar la melancolía de un letraherido, pero, ahora, estamos a lo que estamos. También, me lo dijo un viejo y querido fotógrafo que acompañó a De Gaulle en su vida política, cuando la fotografía apuntala a una noticia publicada en un periódico, al día siguiente sirve para envolver el bocadillo de un obrero o el pescado que un ama de casa compra en el mercado. Fue una de las lecciones de humildad más provechosas que me dieron en la vida.
Conozco bien la fotografía pública de D-M. (ay, ese negrito guiñando el ojo al ojo público de la cámara de un gayego de Madrid, siempre Cuba en el corazón de todo asturiano que se precie), pero me apetece hablar hoy de fotos menos conocidas y hasta puede que privadas, que, sobre no ser vistas habitualmente en exposiciones o catálogos, parecen hechas sólo para mí aunque las comparta gustosamente con el mancomún, y de las cuales el autor, en sus miles y miles de instantáneas, puede que ni se acuerde. Así, la foto de Itziar y Miguel, enanos, niños de tres años, y vestidos con los trajes típicos de asturianos, bajo el peral familiar que con tanto mimo cuidaba el abuelo y al que, en veranos de sequía, D-M y yo le echábamos cubos de agua, para que siguiera dando aquellas peras sumamente dulces, inigualables. De fijarnos en esta fotografía familiar, observamos detrás de los niños una yegua, joven potrilla que respondía por Romina y que, cuando la vendió Javier a un conocido, desapareció de la noche a la mañana y jamás se supo. La robaron los cuatreros, fue la explicación que nos dieron. En aquella instantánea quedó detenida la ausente, junto a nuestros hijos.
Ay, esa foto que los catálogos nombran Camino de la fuente, y a la que yo añado el apellido de la fuente Rugarcía. Me duele esa foto como una rasgadura en que algún dios malo hubiera colocado salmuera de vinagre. Me transporta a la infancia, tan lejana que sólo queda escribir de ella, perfilada de lloros, dolor de oídos, lluvia sobre la hierba recién segada de Las Llanchas y prisas para terminar la tarea e ir a la romería de Santa Marina en Parres. Luego, en el invierno de Madrid, guardaría el D-M. los vaqueros raídos, con orden estricta, o ruego humilde, a la madre de no lavarlos porque conservaran el olor a verano y sidra. Pienso que esa infancia, patria, estoy de acuerdo con Rilke, me la capturó un fotógrafo (Jose, que se la llevó con él al cielo, y sé lo que digo), siendo un braguillas de cuatro años, retratándome en pijama, repeinado y con un coche de juguete en las manos. A ese niño que fuimos, debemos quererlo y llevarle siempre muy cerca del corazón.
Ay, esa otra del lavadero de San Roque del Acebal, Llanes 1999, con su pequeño letrero que dice Prohibido lavar veículos y coger cisternas de agua. Si nos fijamos con atención, a todo lo largo de la pared blanqueada quedan restos de otras pintadas en color almagre. Uno conoce muy bien qué y cuánto significaron en la pequeña historia de su aldea, pero no se puede escribir todo. En fin, al lado de esa fuente, a finales de los sesenta, ensayábamos los rapaces la Yenka y les decíamos, en bable, picardías a las turistas francesas.
Aquí viene una lágrima que otrora se derramaría sobre el folio o recado de escribir, y que hogaño, milagros del progreso, ese puñetero que todo lo torna más frío, resbala sobre las teclas del ordenador y se va a no sé qué profundidades del teclado. D-M., eso es lo que has logrado implicándome a escribir sobre tus fotografías que, quieras que no, conforman nuestras vidas familiares, encuadran lo pretérito y concitan los recuerdos. Un segundo después de apretar el botón del obturador, ya es pasado y la foto ha detenido el tiempo, el enemigo que coloca bien de canas en el pelo del fotografiado, y al que de nada sirve que le digas, Tiempo, no vayas tan deprisa.
Escribir sobre fotógrafos y fotografía me place. Lo hago con gusto y lo sabes, pero, asimismo deberías saberlo, tu tío siempre fue un sentimental que soñaba novelas mientras otros, más despabilados, se iban de bureo a Ribadesella o Gijón. Pongo la protesta porque tengo la sensación de que, seguramente, éste no es el texto escrito ideal para acompañar un catálogo de fotos que puede dar, con seguridad la dará, la vuelta al mundo.
Otras fotos de cualquier fotógrafo, qué más da. Aquella de mi primera comunión, la cual, pese a que la hicimos con cuatro años de diferencia, me une a mi hermano Javier merced al truco de un fotógrafo que, al ampliarla, nos unió ya para siempre, por lo que, aunque la vida nos separó geográficamente, juntos miramos de frente, ligeramente a nuestra izquierda, al porvenir de la vida. Si nos detenemos en esa retrospectiva, se descubre que, milagro de la técnica, el traje de marinero que portamos ambos con orgullo, es el mismo.
Al final, echo de menos una foto de D-M., que existe y no tengo ahora a mano. La busco y la encuentro, entre papeles manuscritos. Fue una exposición de 1984 en Guadalajara. Es una chica, Conchita, esa sobrina hecha de ternura y lejanías, en fin, la vida y sus trabajos, cualquier verano volveremos a abrazarnos. Se refleja en un cristal, un calvo trata de entrar por otra puerta, toda un escena sin palabras. Yo, en mi memoria dispersa, la uno a otra instantánea, junto a un coche en el que se ve el espejo retrovisor. Me parece, aunque sea de tiempos primerizos, la foto más sugerente de cuantas conozco de D-M. Me recuerda aquel espejo retrovisor del coche del tío Rufino por el que mirábamos cuando nos llevaba a coger el tren de Torrelavega, en diferentes viajes, camino de Madrid unos, o de Valladolid otros. Cuando salíamos de San Roque del Acebal, del Valle de Mijares, por ese espejo, cámara de fotos colocada al revés del sentido de la marcha, veíamos cómo el paisaje, las casas de La Concha y los abuelos, la mansión llena de misterio de Doña Gloria, otra foto de D-M y otra novela mía, la gasolinera donde despachaba Antonio Vías, se mezcla con Nacional Dos, catálogo que extravié, la curva del Joulagua donde barrenó Quinito, el chalet del tío Rufino, la Huerta Valdés, el cartel con el nombre del pueblo, la cueva de Ciernes, final de una historia invisible, y el resto ya era el viaje, aquello que se veía de frente y por el cristal del parabrisas delantero, el del chófer y la persona de más edad. Los críos íbamos atrás. Pues bien, esa foto, ese espejo retrovisor, el de la memoria, es lo máximo a cuanto puedo llegar como metáfora hablando del trabajo de Díaz-Maroto a través del cedazo de mi escritura, pobre y humilde pero sincera. La tierra de Asturias, parafraseando a mi querido Dionisio Ridruejo, no da para más.
Ahora bien, si lo que se me pide es que escriba, o reflexione, en torno a la fotografía como experiencia vital, podría escribir mil páginas, pero seguramente todas iguales a éstas, tan lacrimógenas y mal traídas. Por ello, en mi cortedad sólo puedo añadir, aparte de lo anterior que llevo escrito, que de todas las dichas melancolías, y otras que me guardo, tienen la culpa gentes como José María Díaz-Maroto. Esos paladines, que ven y se arriesgan dos veces, Javier Bauluz, otro amigo muy querido, a los que siempre recuerdo con una cámara colgada del cuello, a modo de corbata. Fotógrafos: guardianes de mi memoria, consuetas de mis sentimientos, testaferros de mi pretérito, de veras y con el corazón lo digo, y no pongo más: os quiero.

Miguel Ángel Galguera
Valladolid, agosto de 2002.

Texto incluido en el libro «Un camino natural»