Graciela Iturbide. Fotografías.
Centro de Arte Alcobendas
23 mayo 2018 / 25 agosto 2018
Comisiarios: José María Díaz-Maroto / Belén Poole
La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide (Ciudad de México 1942) inaugura en el Centro de Arte Alcobendas, una exposición retrospectiva que recorre los proyectos más importantes de su trayectoria. El jurado del Premio Internacional de Fotografía Alcobendas, de forma unánime, quiso reconocer de manera especial su forma de abordar con firmeza y claridad los sistemas socioculturales de la cultura mexicana en toda su dimensión. El jurado encontró en toda su obra “narración, intimidad, magia y sobre todo franqueza, experiencias únicas e irrepetibles a través de su complicidad en sus propuestas visuales.”
Graciela Iturbide, considerada una de las más importantes e influyentes fotógrafas de América Latina, fotografía la vida cotidiana de las culturas indígenas de México, en especial de las mujeres. Es la fotógrafa de la templanza, de la calma, acentuada por la prolongada duración de sus series, la mayoría se completaron en más de un lustro para perseverar en la composición de la imagen, buscando embrujo, el encanto y el sosiego. La muestra retrospectiva de su obra que podremos ver en el Centro de Arte Alcobendas está formada por más de setenta fotografías que representa una completa visión de las series Desierto de Sonora, Juchitán, Pájaros, Matanza de cabras, Cuadernos de Viajes, El Baño de Frida, India, USA, Jardines y Autorretratos.
Mujer ángel. Desierto de Sonora. México 1979
Carmen, La Mixteca, Oaxaca, México, 1992
El baño de Frida, Coyoacán, Ciudad de México
Texto incluido en el catálogo de la exposición
GRACIELA ITURBIDE. CAUTELA, TEMPLANZA Y SOSIEGO.
En la historia de la cultura se suele incurrir en la tentación de proyectar de manera redundante la relación entre objetivo y subjetivo al analizar la creación artística. En la fotografía, esta dualidad se ha planteado en multitud de ocasiones y con diferentes denominaciones, desde la definición rotunda de John Szarkowsky fotógrafos/espejo y/o fotógrafos/ventana hasta las más recientes ilusión/revelación o documentación/teatralización. Es evidente que Graciela Iturbide, en su extensa obra, no se limita únicamente a registrar, a relatar lo que acontece, sino que produce siempre una nueva realidad, donde lo objetivo y lo subjetivo convergen a la perfección, modificando con cautela y respeto la composición hallada.
Graciela Iturbide es la fotógrafa de la templanza, de la calma, acentuado por la prolongada duración de sus series -la mayoría se completaron en más de un lustro-, ella se toma su tiempo y persevera en la composición de la imagen, y no en la duración; donde otros buscan la importancia del momento decisivo, Graciela busca embrujo, encanto y sosiego. Recuerda de forma muy presente el cartel que su maestro y posteriormente amigo, Manuel Álvarez Bravo tenía visible en su estudio «Hay tiempo, hay tiempo».
No puede entenderse la obra de Graciela sin hacer referencia a su maestro, fue en la escuela de cine donde conoció al más importante fotógrafo mexicano del siglo XX, un encuentro que le mostró un camino diferente al que tenía previsto y que produjo una nueva revelación en su vida. La formación fotográfica de Graciela Iturbide se configuró trabajando como asistente de Álvarez Bravo, quien además la introdujo en otras disciplinas como la pintura y la literatura. Como ha repetido en multitud de ocasiones “fue su padre, maestro y mentor”. La influencia fue tan importante que para estar más cerca del maestro y de sus enseñanzas cambió su residencia a Coyoacán (Ciudad de México).
Pero también es transcendente en su formación y en su trayectoria la figura del pintor Francisco Toledo , que en 1979 invitó a Graciela a realizar una serie de fotografías sobre la cultura zapoteca en Juchitán (Oaxaca) donde, durante diez años, llevo a cabo uno de sus proyectos más ambiciosos: retratar la vida cotidiana de una sociedad imbuida de los valores de la cultura zapoteca, donde la mujer se considera valiente, colosal, hermosa, la homosexualidad es tolerada y querida, y donde el varón se siente sumiso y fiel a la madre.
Con una actitud contemplativa sin pretensiones, observadora, espiritual y creyente en el azar, Graciela confía en su sagacidad: basta analizar la historia de las que quizás sean sus dos imágenes más icónicas, “Nuestra señora de las iguanas” y “La mujer ángel”, ambas presentes en esta exposición.
“Nuestra Señora de las Iguanas” fue tomada en Juchitán en 1979, producto del dominio del instante decisivo. Al entrar en el mercado de esta comunidad tan fascinante, en la que, a diferencia del resto de un país insufriblemente machista, los travestis tienen un lugar protagónico en el entramado social y las mujeres sostienen la economía, Iturbide se tropezó con una mujer que vendía iguanas y, como muchas marchantas, llevaba la mercancía sobre su cabeza. “Le dije: Espérate, déjame tomarte una foto“. El resultado es uno de los iconos más representados de la fotografía contemporánea y que ha sobrepasado el contexto fotográfico tomando vuelo por sí misma, convirtiéndose en una especie de arquetipo juchiteco. La señora de las Iguanas es ahora el resultado de una serie de símbolos, convertida en grafitis en Juchitán, Los Ángeles o San Francisco, ha dado pie a apropiaciones pop como una Marilyn Monroe con iguanas en la cabeza, convertida en molde de las coronas para quinceañeras y en esculturas en el estado de Oaxaca . A raíz de este trabajo surgió la publicación “Juchitán de las Mujeres” y años más tarde Graciela sería distinguida con uno de los galardones más importantes del panorama internacional, el Premio W. Eugene Smith .
La segunda imagen más conocida de Graciela, “La mujer ángel”, fue tomada en Desemboque, en el desierto de Sonora, durante su primera sesión con los indios seri. Podemos ver a una mujer que flota, apenas rozando el suelo, hacia un desierto que se ofrece a la vez próximo pero infinito, con el pelo trabado en una roca. Con un radiocasete en la mano, camino hacia una llanura deshabitada, la señora avanza para liberar sobre el aire quién sabe qué música. Durante la edición del libro sobre los indios seri, Pablo Ortiz Monasterio le preguntó a Graciela sobre esa imagen y contestó: “Ay, no, no es mía, no me acuerdo”, le respondí de inmediato. Hasta que vi mi hoja de contactos y me di cuenta de que en efecto habíamos estado en esa montaña, que bajamos, que miré su pelo atorado en una piedra y tomé toda una serie sobre ella. Como si en la conexión entre Graciela y sus imágenes se entrelazaran circunstancias superiores a la voluntad…
Los sueños han acompañado a la artista mexicana desde su comienzo. Son notorias las imágenes que llegaron a recrearse precedidas de un sueño. La más famosa quizá sea aquella vez que vio a un hombre rodeado de pájaros mientras se repetía en su mente la frase “En mi tierra sembraré pájaros”. En pocas ocasiones se ha mostrado a las aves tan dispuestas a revelar el misterio que las constituye como ante los ojos de Graciela, que sabe observarlas, generar libertad y -sobre todo- fotografiarlas.
El trabajo de Graciela es muy extenso al igual que los temas: las fiestas, los rituales, la animalidad, la muerte, los niños, el baño de Frida, las comunidades antiguas, personajes sorprendentes como los eunucos en la India, los muxes en Juchitán, los jóvenes que participan de rituales como la matanza de cabras en la Mixteca, los indios seri en Sonora o los cuna en Panamá, y todos ellos están representados en esta extraordinaria exposición que abarca la trayectoria de, quizás, la fotógrafa más importante del siglo XX de América Latina.
Las imágenes de Graciela conforman un catálogo de límites transgredidos y líneas traspasadas, pero desde el respeto, siendo capaz de armar un documentalismo fotográfico armónico e intenso como el del trabajo realizado en “el baño de Frida”, que nos remite a las invisibles, pero presentes, huellas de dolor. «Yo no entre a hacer otras cosas, sino sólo a interpretar sus objetos de dolor. En el baño jugué con todo, que acomodé a mi manera por la luz y para aislarlos de lo otro». El contacto con todos estos objetos resultó impactante, porque tenían mucho que ver con la personalidad y el sufrimiento de Frida. Entre las piezas que reflejan los padecimientos de la pintora, Graciela fotografió la prótesis que utilizó cuando le amputaron una pierna, el corsé, retratos de dirigentes comunistas, una tortuga, muletas… «Fotografié todo lo que para mí tenía que ver con el dolor de Frida, objetos que tenía que usar para su espalda, las lavativas, una bolsa para el agua caliente para el dolor.”
La utilización del reportaje fotográfico no tiene un objetivo moralizador, no busca la denuncia, pero tampoco es inocente, evidentemente para Graciela mirar/fotografiar es un goce. Su documento fotográfico no cae en la moderación ni en la aceleración editorial, mimando su presentación con rigor. Basándose en un gran trabajo de indagación antropológica, sus fotografías nos muestran un amplio espectro de franqueza como mujer, fotógrafa, viajera y mexicana.
Esta honestidad y compromiso con el ser humano también se encuentran presentes en todos los trabajos que realiza fuera de su México querido; la India, España , Panamá, Mozambique, Suiza, Italia y Estados Unidos.
Por todas estas cualidades y su larga trayectoria en el ámbito de la fotografía, el pasado año el jurado decidió por unanimidad otorgar el Premio Internacional de Fotografía Ciudad de Alcobendas en su quinta edición a Graciela Iturbide. Este importante galardón reconoce la labor de la autora en el ámbito general de la fotografía internacional, tomándose como referencia y reconocimiento los trabajos realizados en las últimas décadas, así como la valoración general a la notabilidad de su trayectoria profesional. El trabajo del galardonado debe estimular la reflexión sobre las diversas y apasionantes vertientes de la fotografía universal en cualquiera de sus especialidades valorando de manera prioritaria las acciones, publicaciones y demás proyectos que dignifiquen los valores humanos.
Hasta el momento actual se han realizado cinco ediciones siendo los premiados anteriores el fotógrafo americano Alex Webb, la fotógrafa española Cristina García Rodero, el fotógrafo americano Philip Lorca DiCorcia y el fotógrafo francés Pierre Gonnord. De todos ellos, y como resultado y complemento del Premio surge una exposición, que en el caso de la actual galardonada, Graciela Iturbide, estará compuesta por setenta y una y la proyección de un audiovisual.
José María Díaz-Maroto
Conservador y Comisario de la Colección de Fotografía Alcobendas